
Texto de Davide Calì
Ilustraciones de Marco Somà
Editado por Libros del Zorro Rojo
A partir de 5 años
Nominado en la categoría de “Àlbum il·lustrat” en los Premi Llibreter 2020, otorgados por Gremi de Llibreters
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“Llega en una camioneta destartalada y ruidosa. Ya desde lejos se reconoce su estridente campana: ¡Tilín! ¡Tilín! Es el señor Pichón, el vendedor de felicidad. -Pero, ¿cómo?, ¿la felicidad se vende? -¡Por supuesto! En frasco pequeño, grande o tamaño familiar.”
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¡Tilín! ¡Tilín! Llega Pichón, el vendedor de felicidad. La vende en frascos y a domicilio, pasando, puerta a puerta, por casa de sus clientes para ofrecer (a precio innegociable) la felicidad en el formato que más se adapte a cada uno. La señora Codorniz quiere un frasco grande para compartirlo con sus amigos, la señora Cucurucha lo quiere pequeño, ya que no puede permitirse uno grande… Uno a uno, venderá sus frascos también a la señora Carbonero, a la señora Abubilla, al señor Chorlito y a la señora Petirrojo. En cambio, el señor Estornino, que es artista, no quiere felicidad, teme perder su inspiración para sus creaciones, y el señor Faisán, que asegura que la felicidad no se puede vender en tarros, se niega a comprar uno (o eso quiere que pensemos). Cuando ha terminado su jornada de ventas, el señor Pichón se marcha, perdiendo sin darse cuenta un tarro que se cae de la camioneta. Ese tarro es recogido por el señor Ratón, que será feliz cuando vea que el tarro está vacío, ¡justo lo que él necesitaba!

Davide Calì ha publicado muchos títulos en literatura infantil, y entre ellos destacaría “El enemigo”, de Ediciones SM y “El hilo de la vida” (¡lo tengo en mi lista!), de Ediciones B, y “Martín y su sombra”, de Harper Kids (podéis consultar mi reseña aquí), los tres contando con las ilustraciones de Serge Bloch. Otros títulos suyos son “Cosas que no hacen los mayores”, de NubeOcho, “Malena Ballena”, de Libros del Zorro Rojo, “La llamada de la ciénaga”, de Takatuka (también con ilustraciones de Marco Somà), y “Elétrico 28”, de Flamboyant.
En cuanto a Marco Somà, varias veces galardonado por sus más que maravillosas ilustraciones, tiene un estilo muy personal que me fascina. Es ilustrador de cuentos como “No hace falta la voz”, de OQO Editora, “La Gallinita Roja”, de Kalandraka, “El momento perfecto”, de La Fragatina (¡lo quiero!), “Las siete camas de Lirón”, de NubeOcho (podéis consultar mi reseña aquí), y “Un mundo mejor. Derechos del niño”, de Ediciones Jaguar, entre otros.

Las fascinantes ilustraciones de Marco Somà esta vez nos trasladan a un otoño prenavideño de un pequeño lugar en el bosque, donde sus habitantes los animales pasan los días colmados de hojas y rodeados de azules y ocres (con algún rojo siempre asomando). En este maravilloso escenario se desarrolla esta interesante fábula de Davide Calí, la cual nos lleva a reflexionar sobre el precio de la felicidad (si es que lo tiene).

El señor Pichón está decidido a vendernos la felicidad en frascos de cristal de diferentes tamaños y adaptados a todas las necesidades y posibilidades adquisitivas (las diferencias sociales quedan bien representadas en esta historia), y en función de ello podrás obtenerla en mayor o menor cantidad, para poder ser más o menos feliz. Aunque parece que, por principios, no todo el mundo quiere comprarla… a pesar de que es una tentación difícil de resistir… Y también parece que, afortunadamente, no todos necesitan el supuesto contenido de esos frascos para ser feliz.

Con unos hermosos pájaros muy humanizados como protagonistas (las alas y las patas ahora son piernas y brazos) este cuento quiere dejarnos un claro mensaje: llenamos nuestras vidas de bienes materiales (representados aquí en tarritos de cristal) que creemos pueden ser la fuente de nuestra felicidad, y aunque la satisfacción de tenerlos nos confunde, sabemos que hay que buscar mucho más adentro para poder ser plenamente feliz.

Este álbum ilustrado nos lleva a cuestionarnos a nosotros mismos y a cuestionar la sociedad de consumo creadora de necesidades en la que vivimos, donde continuamente caemos en la trampa del materialismo, delegando entonces la responsabilidad de nuestra felicidad a nuestras posesiones. En cada frasco de felicidad de esta historia yo veo un coche, una casa, un móvil, un bolso nuevo… por no hablar de los juguetes y de los artículos diseñados para los más pequeños que la industria nos vende (y nosotros compramos). Creemos que los necesitamos y vivimos y trabajamos en gran parte para ello, y aunque un dulce nunca amarga, corremos el riesgo de vivir en la superficie sin darnos cuenta de hasta donde alcanza nuestra propia profundidad y de lo importante que es conocerla para tener unos cimientos que nos sostengan “de verdad”.

La gran moraleja de este relato ve la luz cuando nos damos cuenta que los tarritos de felicidad en realidad están vacíos. Además de poder pensar que el señor Pichón (llamado popularmente señor Consumo) ha estado engañando a sus clientes haciéndoles creer que la felicidad dependía de su “fabuloso” producto, llegamos a la conclusión que, si hasta ahora alguien en esta historia había sido feliz, se debía a su capacidad intrínseca para serlo.

Estoy literalmente enamorada de esta historia. En algunas ocasiones, me siento reflejada en esos compradores esperanzados, aunque las experiencias vitales que he tenido (y que parece que debo aceptar como aprendizaje y agradecer, por duras que sean) me han permitido conocer hasta donde alcanza mi profundidad. Todavía sigo en la compleja confección de los cimientos que me puedan sostener, y que todavía, en ciertos momentos, siento demasiado débiles.
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